jueves, octubre 23, 2008

APERITIVO

Una vez una amiga casada me dijo que prefería los aperitivos a las útimas copas. En aquella época para mí no existían los sábados por la mañana y rara vez y con gran esfuerzo los domingos. Los franceses se lo montaban mejor con eso de tomar el aperitivo antes de la cena. Así ya se puede, carajo.
Hoy me he acordado de mi amiga. He tomado como aperitivo francés un quesito y medio bol de sopa (sí, bol) de estrellitas. O se pone Leire buena pronto o voy a empezar a tirar la comida. ¡Dónde estén unos boquerones en vinagre y unas aceitunitas!. Joé como ha cambiado el cuento.

lunes, octubre 06, 2008

Te vamos a matar

Es cierto que los tiempos andan revueltos. Vale que sólo soy un secundón, pero también tengo que comer. No sé si lo habré hecho bien o mal y no estoy triste por ello. No me afecta. Me jode el esperar otra vez las colas y aguantar el ya te llamaremos. Ya no soy un chaval. Maldito guionista de mierda. Me lo dijo sin inmutarse: “oye, hemos pensado que te vamos a matar” y se fué. Por lo menos tuve una muerte digna. Leo las audiencias y a ese pringado le quedan dos capítulos máximo y también se lo cargan. El lo tendrá peor, total, yo sólo tengo que volver a hacer cola.

martes, junio 24, 2008

Incidente en el aparcamiento de la Estación de Cercanías

El jueves volvía de un viaje de trabajo de un par de días a eso de las 22:30. Había dejado el coche en el aparcamiento de la estación de Cercanías y cuando lo arranqué noté que no tenía fuerza y que se movía con menos ganas que un caracol a 40 grados. Con gran esfuerzo enfilé la cuesta arriba que lleva a la salida del aparcamiento pero se me quedó parado en mitad de la cuesta.
Un señor de unos 65 años que subía andando me espetó: “mete primera”. Le miré y le dije: “caballero, por supuesto que voy en primera”. Y el tío siguió: mete primera, ¿sabes lo que es la primera?, si no saben conducir no se porqué les dejan llevar coches”. Yo seguía acelerando para intentar salvar la cuesta con un cabreo de narices. Lo único que alcancé a decir fue: “me parece indignante que tenga que soportar este tipo de comentarios”. Mientras, el tío se alejaba sin callarse: “dudo mucho que sea un problema del coche”.
Dejé caer el coche y conseguí aparcarlo otra vez. Allí se quedó hasta el lunes. Una grúa tuvo que ir a recogerlo para llevarlo al taller. El del taller no se aclara si es el embrague, el catalizador o el condensador de fluzo. Sé que la avería me va a costar una pasta, pero lo que más me indigna del incidente fueron las frases del cretino de la estación. A veces me gustaría tener ese pronto que tienen muchos y que les permite soltar tres improperios y quedarse tan a gusto, pero no me sale.

martes, junio 17, 2008

Las abuelas de mi barrio

Las abuelas de mi barrio tienen menos arrugas que yo.
Hacen toda la compra en El Corte Inglés a golpe de: “pedido” y suelen pagar al contado con billetes de 500 que sólo había visto en el despacho del notario.
Brillan de día por los oros y por las noches por el aura que desprenden las prótesis.
Cuando Leire las ve, las señala con el dedo gritando: “¿keka?”.
En las últimas elecciones iban a votar un poco cabizbajas al rojo de Rajoy.
Los domingos salen de la parroquia de Nuestra Señora de los Mercedes luciendo las uñas largas en las manos y en los pies.
Llevan perros de marca a juego con los bolsos.
No sabría distinguir a una de ellas en una rueda de reconocimiento.
Como diría Sabina, son como una palmera en el museo de cera.

viernes, enero 25, 2008

Metro Cuzco

Mi primer trabajo con el título bajo el brazo estaba situado cerca del metro de Cuzco. Yo andaba quemada del color gris hormigón de la escuela de Caminos y de la homogeneidad de la Ciudad Universitaria. Tenía que entrar a las 8:30, pero nunca conseguía llegar antes de las 8:45.
Me transportaba (¿por qué lo llaman “viajar” con lo bonito que es ese verbo?) en metro cada mañana, primero en la línea 5 (yo la llamaba la línea grunge) y luego en la 10 desde Alonso Martínez. Cuando bajaba del vagón en Cuzco ya estaba agotada del hacinamiento. Para salir había que soportar varios tramos de escaleras mecánicas infinitas y atestadas de gente. Desde abajo todo lo que veía eran abrigos grises sobre trajes oscuros y maletines. Me venía a la cabeza el “another brick in the wall” que conseguía que llegase deprimida a mi silla.
Decidí comprarme un bolso de peluche rojo en las tiendas del metro de Callao para dar un puntito de color a la escalera. A los 6 meses abandoné el trabajo y cambié de ubicación.
Han pasado muchos años, varios trabajos y distintas vidas. Acaban de cambiarme el destino de mi trabajo actual a un edificio pegado al metro de Cuzco. Ahora entro a trabajar antes de las 8:30 y me sigo fijando en la escalera eterna pero veo muchos matices. Chicas inmigrantes con vestidos imposibles, bolsas termo naranja, chavales con pantalones caídos y niñas con horquillas de plástico, señoras con el pelo cardado y tinte rojo y calvos con gafas de colores flúor.
La escalera es la misma, la calle también e incluso la hora. Sólo me queda pensar que soy yo la que ha cambiado. Aún así acepto sugerencias y si alguien sabe donde puedo comprar un bolso de peluche rojo que no dude en decírmelo.