jueves, septiembre 14, 2006

EN EL TENDEDERO

Pudo ser la mañana en la que, según entraste por la puerta y después de saludarme, subimos a recoger la ropa al tendedero de la comunidad y descubrimos que alguien se había llevado todos tus calzoncillos y solamente tus calzoncillos.

La situación nos sorprendió y bajamos a casa sin recoger el resto de la ropa que agitaba las esquinas burlándose de nosotros. Mientras hacíamos el desayuno, tus ojeras me preguntaban quién podría haber sido y porqué tus calzoncillos entre todas las cuerdas de los vecinos llenas de ropa.

Volvimos a subir a la azotea y nos quedamos mirando fijamente la cuerda con tu ropa aún tendida y reseca. Aparecía llena de muescas, como una dentadura gastada, como una sonrisa forzada. Artificial, sólo con pantalones de pinzas, camisas azules, calcetines negros y alguna camiseta con el nombre de una ciudad visitada de pasada y no vivida.

- “No tiene sentido una colada sin ropa interior”, dijiste. Me adelantaste por las escaleras, entraste en casa y pude ver el pliegue de tu cuello estirado. Te acabaste el zumo camino de nuestra habitación. Vaciaste tus cajones y llenaste con su contenido el carro de la compra. Yo no oí ningún portazo, sólo un silencio con cafeína.

Cuando pongo la lavadora, añado sistemáticamente después del suavizante un calzoncillo a la colada. Así nadie sospecha. Tengo muchos. Los guarde en mi armario una noche de rabia en la que me encontraba muy sola y no sospechaba que el sonido de una puerta retumbaría en mi cabeza cada mañana durante años.