jueves, noviembre 29, 2007

Polaroid

Salgo de trabajar de noche. Hace frío. Veo pasar a dos por delante. Cuchichean, discuten, se recriminan, se empujan. Parecen pareja pero puede que no, quién sabe. Son yonkis. Vienen de o van a. Se paran delante de una tienda de teles enormes, brillantes, poderosas. Ellos están de espaldas a las noticias, a las tertulias, a los concursos. El lleva colgando una riñonera. Ella una bolsa de tela enorme llena de cosas. En la bolsa está escrito: “Ferrovial Inmobiliaria”. Vaya. El semáforo cambia de color. Arranco y ya estoy pensando en otra cosa.

El síndrome de Espinete

¿No os pasa que os despertáis con alguna música en la cabeza, sin saber por qué y la tarareáis continuamente sin sentido?. Esta mañana venía por el VAO (vao-vao-chiqui-chiqui-vao-vao) oyendo al Francino, cuando caí en la cuenta de que llevaba bastante rato cantando una canción de la gran Orquesta Mondragón: “ponte peluca” (ponte la peluca YA). No sé porqué cantaba esa canción, pero volví a caer en lo que llamo “el síndrome de Espinete”. Es un fenómeno curioso que padece gran parte de la población española en la treintena y consiste en el recuerdo (con añoranza) de aquella infancia en los últimos setenta / principios de los ochenta. También vale la adolescencia en los ochenta (síndrome Rick Ashley?). He visto camisetas con estampados del bote del Cola-Cao, una tienda donde clikean cualquier foto (hacen cuadros de Cliks de Famobil), Fragels de peluche para bebés, el anuncio del mini: otro gasolinero es posible, otro mini también (el gasolinero es Coco). La gente con el síndrome de Espinete es muy graciosa de pedo porque siempre encuentran amigos momentáneos con los que tienen en común el propio síndrome de Espinete y así pueden pasarse horas con el: “¿te acuerdas de....?”.

Cuando me pasa, me acuerdo de mi amigo Camilo que padece el síndrome de Espinete de manera, digamos, severa. Esta mañana recordaba su ESTUPENDA boda con la ESTUPENDA Patricia (¿cómo ha podido tener este chico tanta suerte?). La invitación nos la presentaba Raffaella Carrá, los novios entraron en el salón con la música de Falcon Crest, abrieron el baile con Sabina y con Julio Iglesias/Diana Ross, había Polaroids y jarrones llenos de chucherías tipo PetaZetas, palotes, nubes, moras, etc. En cada mesa estaba escrito el nombre del bar de una peli o serie y no faltó Friends (aunque eché de menos mi favorita: Cheers) y mil detalles más. A lo que voy es que, en el baile, que duró un porrón de horas, sonaron casi todas las canciones de nuestra adolescencia. Pero no oí ninguna de la gran Orquesta Mondragón (en fin, pudo sonar a partir de mi tercera copa, en cuyo caso como que no me acuerdo....). A lo mejor lo que pasa es que, como yo tenía hermanos mayores, escuchaba música que no me correspondía y la Orquesta Mondragón es de otra generación que no es la mía. Como cuando nadie se acuerda del “soy mecánico en el jardín botánico” y me tengo que ir a beber absenta sola a un rincón, snif, snif.

Esto me crea un conflicto educacional, pues habrá que ver como le cuento esta noche el cuento de caperucita a mi hija sin que a ella le pase lo mismo. Y es que a mí lo que me sale es el “caperucita feroz”: yo lo que quiero es una noche sin finaaaaaaaal, en la que ambos nos podamos deboraaaaaaaaaaar.

martes, noviembre 27, 2007

Casi diciembre

Ya está decorado el barrio de Salamanca con las luces navideñas. Como cada año, las hay nuevas, de diseñador fashion, fashion. Me gustan las de puntitos que sobrevuelan miles de cabecitas corriendo. Me gusta ver a los vecinos de Maldonado saludándose en el mercado de la Paz mientras compran foie. Me gusta ver a las señoras de Valladolid con sus abrigos de pieles paseando por Velázquez y haciéndose fotos con las luces de fondo. Me gusta ver a los niños bien jugando en Colón, vestidos de Ortega y Gasset, qué frío algunos con pantalones cortos en diciembre. Me gusta ver a los ejércitos de bolsas doradas cruzar las puertas de El Corte Inglés con los bolsos amarrados al cuerpo a modo de escudo. Me gusta Serrano con sus tiendas protegidas por vigilantes que no pueden ni podrán permitirse ninguno de los artículos que enseñan sus escaparates. Me gustan los restaurantes de los bajos de Lista llenos de dependientes vestidos de estricto negro elegante. Me gustan los señores bancarios con sus corbatas de nudos enormes y gemelos brillantísimos disparando con las llaves las puertas sus coches limpios. Me gusta que ya no haya castañeras de guantes con muñones porque quedaba muy feo ver sus chabolillas humeantes entre tanto lujo y prosperidad.