Mi primer trabajo con el título bajo el brazo estaba situado cerca del metro de Cuzco. Yo andaba quemada del color gris hormigón de la escuela de Caminos y de la homogeneidad de la Ciudad Universitaria. Tenía que entrar a las 8:30, pero nunca conseguía llegar antes de las 8:45.
Me transportaba (¿por qué lo llaman “viajar” con lo bonito que es ese verbo?) en metro cada mañana, primero en la línea 5 (yo la llamaba la línea grunge) y luego en la 10 desde Alonso Martínez. Cuando bajaba del vagón en Cuzco ya estaba agotada del hacinamiento. Para salir había que soportar varios tramos de escaleras mecánicas infinitas y atestadas de gente. Desde abajo todo lo que veía eran abrigos grises sobre trajes oscuros y maletines. Me venía a la cabeza el “another brick in the wall” que conseguía que llegase deprimida a mi silla.
Decidí comprarme un bolso de peluche rojo en las tiendas del metro de Callao para dar un puntito de color a la escalera. A los 6 meses abandoné el trabajo y cambié de ubicación.
Han pasado muchos años, varios trabajos y distintas vidas. Acaban de cambiarme el destino de mi trabajo actual a un edificio pegado al metro de Cuzco. Ahora entro a trabajar antes de las 8:30 y me sigo fijando en la escalera eterna pero veo muchos matices. Chicas inmigrantes con vestidos imposibles, bolsas termo naranja, chavales con pantalones caídos y niñas con horquillas de plástico, señoras con el pelo cardado y tinte rojo y calvos con gafas de colores flúor.
La escalera es la misma, la calle también e incluso la hora. Sólo me queda pensar que soy yo la que ha cambiado. Aún así acepto sugerencias y si alguien sabe donde puedo comprar un bolso de peluche rojo que no dude en decírmelo.
viernes, enero 25, 2008
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